En esta era del ruido, literal y figurado, cuando hay una desgracia, se aumentan los decibelios de forma insoportable. Un montón de gente cuenta historias que no sabes si son ciertas o no. O hacen elucubraciones cuanto más truculentas, mejor. Emitiendo opiniones sin demasiado fundamento. Deseosos de ser los primeros en dar imágenes del dolor.
La vida ya es suficientemente dura para que nos la compliquen con opiniones lanzadas a la ligera y rumores dañinos no verificados.
Yo solo me fío de los datos que los políticos no controlan, los que vienen de los técnicos: el Tribunal Superior de Justicia de Valencia, y el Centro de Integración de Datos.
Desaparecidos son los que estén denunciados, muertos son los que la policía científica y los forenses tienen delante para hacer autopsia e identificación. Decenas de policías, guardias civiles, forenses y personal auxiliar están trabajando calladamente y con rigor, conforme al protocolo de 2009 previsto para estos casos. Que, al menos, desde los juzgados las cosas se hagan correctamente, dentro de los medios con los que se cuentan.
Datos del martes 5/11/2024:
Desaparecidos: 89. Puede haber otros, no denunciados porque vivían solos, por ejemplo, o porque los familiares aún están aislados sin posibilidad de comunicarse con el exterior.
Fallecidos: se han realizado 195 autopsias, de las cuales 133 se corresponden a personas ya identificadas, bien por huella dactilar, bien por ADN. Son, prácticamente, todos los cadáveres hallados hasta la fecha.
80 se han entregado a sus familiares. Supongo que se hayan inscrito sus fallecimientos en el registro civil y que los juzgados hayan expedido las licencias de enterramiento correspondientes.
Mientras los
que siento más míos, sin serlo del todo, trabajan a destajo, afuera sigue el
ruido, las paranoias, los gritos. Y el sufrimiento. Desaparecerá de las
portadas, pero seguirá existiendo. No nos olvidéis, dicen. En Lorca y La Palma debieron decir lo mismo.
Personalmente, necesito parar un momento y tomar aire. Por eso, durante unos días, no actualizaré mi blog.
Ni siquiera durante la pandemia, y los estados de alarma que tuvieron a la gente encerrada en casa, dejé de escribir aquí. No suelo parar más que en vacaciones.
¿Por qué hacer un tiempo muerto ahora?
Por la vileza.
Porque durante la pandemia hubo negligencias, mentiras y ocultamientos. Sin embargo, mi impresión general fue más bien de deficiente gestión por gente incompetente a quien las cosas que les venían grandes.
Ahora es distinto. Hay de eso, sí. Pero también un giro de tuerca más en esta infinita serie de infamias que se suceden en los últimos años.
Oportunismo e instrumentalización del sufrimiento, hasta el punto del chantaje y el abandono criminal.
Una cosa es ser un incapaz, un inútil, y otra diferente el ver en una desgracia una oportunidad política.
Pudiendo hacer, no se hace, para hundir al rival en el barro.
No es que causen (o agraven) el mal adrede. Preferirían que no hubiera tanto daño y muerte, que queda mal. Pero si los hechos terribles no los puedes ocultar, vamos a contarlos de manera que nos beneficie a nosotros y haga quedar mal al otro.
A eso le llaman relato. Relato que les amplificarán los voceros de su cuerda, en redes, televisiones y radios. Y los suyos se la comprarán. ¿Los suyos? Su clientela, sus votantes, incomodados al ver el papel poco lucido de «sus» políticos, tendrán así algo que les permitirá seguir votándolos con la conciencia más o menos tranquila en las siguientes elecciones.
De eso se trata ahora, por lo que se ve. Ya que hay muertos y destrucción, a ver cómo se los podemos achacar al otro. Que sea el otro partido el que se ahogue en el lodo infecto. Que la culpa de lo malo, de nuestro sufrimiento, siempre sea del otro.
Esto es lo nuevo que me cuesta digerir y necesito unos días para procesar.
Que vivo en un país en el que la gente está dispuesta a creerse cualquier cosa para disculpar a sus políticos y seguir votándolos. Y en la gente incluyo a amigos, vecinos, parientes, la del gimnasio o el de la tienda. Me asombra escuchar a los que me rodean decir cosas que no se corresponden con la realidad que ellos mismos pueden ver y oír por sí mismos.
Los españoles, en general, somos solidarios y empáticos. Nos gusta el buen rollo y la fiesta, el vive y deja vivir. No nos vamos a hacer daño sin necesidad. Ni pasarlo mal. Dolidos nos preguntamos por qué nos ha pasado esto, por qué estamos pasándolo tan mal. Tiene que haber un culpable.
Los políticos (y sus brazos mediáticos) dan una «explicación»: que la culpa no es suya, sino del otro.
Así que nuestro sufrimiento se convierte en un arma más, un arma emocional contra el otro. Cuanto peor, mejor, siempre que eso «peor» se lo pueda achacar al de enfrente.
En los próximos días y semanas seguirán llegando muertos a esas mesas de autopsia. Luego la cosa, me imagino, se ralentizará. Quizá en los próximos meses, de vez en cuando, aparezca algún nuevo cadáver en la Albufera, o en las playas, o en alta mar, y la gente se diga, ¡ah, esta debe ser una víctima de la dana!
Sí, pero no solo de la dana.