“Un alto español que
lucía en la manga la insignia dorada de ayudante de la embajada” acaricia
ligeramente la muñeca enguantada de Lily, la saluda escuetamente y tira de ella
“con insolente familiaridad”.
Le informa de que ha
llamado la atención del embajador Álvarez, quien desea conocerla. Lily mira al
embajador, “un hombre gordo y de poblado bigote, que la observaba con avidez, y
la animaba a acercarse sin ocultar sus intenciones”. Lily rechaza la oferta. El
embajador la ha confundido con una de las fulanas del club, “pero ni siquiera
ellas eran merecedoras de un trato como aquel, como si fuera una prostituta
recogida en cualquier esquina”. El ayudante de la embajada quiere llevarla a la
fuerza, y Derek sale al paso del “señor Barreda”, le arranca hábilmente a Lily
de las manos y pone a otras mujeres a su disposición, “y de más dulce sabor”.
El español se siente
violento, lo que se ve en el brillo de su mirada. Dos bellas fulanas “salieron
disparadas haciendo ostentación de sus escotes hacia el malhumorado embajador”,
y en seguida éste se encuentra “más feliz que un ratón delante de un queso”. Y
es que ambas mujeres consiguen cambiarle la cara a Álvarez. El ayudante murmura
unas palabras de disculpa y se va.
Este breve episodio ofrece
una imagen estereotipada del meridional de bigotazo y escasa sutileza. Simplón,
se pone de mal humor ante la resistencia de quien cree que es una prosti, pero
se le pasa en seguida cuando le ponen a tiro dos más dulces. Sólo le falta
aplaudir de entusiasmo. Con las orejas, supongo.
No me entendáis mal.
Lisa Kleypas no tiene, lógicamente, por qué conocer detalles de la historia de
España. Y menos aún, cuando los propios españoles la ignoran sobradamente. Se
ha inventado un embajador al que pone un apellido anodino a propósito, para que
no nos confundamos con ningún personaje histórico.
Este detalle ayuda a entender hasta qué punto el subgénero histórico en la novela romántica no pretende ser realmente “histórico” sino más bien “fantasías pseudohistóricas”. Una novela histórica "de las de verdad" reconstruye esa época pasada de la manera más minuciosa posible, con todos los datos a su alcance. La romántica histórica, no.
Así que me puse a
pensar en quién sería, realmente, el embajador español en Londres en 1820, el
de verdad, no el cliché de Kleypas.
¡Qué maravilloso es
internet! En diez minutos, ya estaba localizado el señor, gracias a la
wikipedia y a googlebooks. Y con bastante detalle, gracias al libro "Utopía y atopía de la Hispanidad", escrito por J. Alberto Navas Sierra, del que proceden
muchos de los detalles de este post.
Cuando empieza el
libro de Kleypas, la muerte de Jorge III del Reino Unido es “reciente”, así que
estamos en algún momento de febrero en adelante. Posiblemente, ya que empiezan
en un barco sobre el Támesis habrá que suponer que es verano o, al menos,
primavera.
Pero demos un pasito
atrás. Tras la guerra de independencia frente a los franceses, Fernando VII,
ese “simpático” Borbón conocido como “el rey felón” y al que su propia madre
consideraba un “marrajo cobarde”, decidió volver al absolutismo, condenando a unos
cuantos patriotas liberales que se dejaron la piel combatiendo a los franceses.
Nuestro “entrañable aliado” el Reino Unido aplaudía -nuevamente, con las orejas-, of course!
El pronunciamiento de
1.º de enero de 1820 puso fin a este primer periodo de absolutismo del reinado.
Las Cabezas de San Juan marcó el punto inicial del Trienio Liberal. El
embajador de España en Londres del régimen absolutista, José Miguel de Carvajal y Manrique, duque de San Carlos,
estaba por entonces manejando a los representantes de las colonias americanas,
que aprovechaban las turbulencias de la metrópolis para independizarse.
Inglaterra era un buen lugar de encuentro entre criollos rebeldes y
diplomáticos españoles. ¿No podría salir una buena novela de esto?
En realidad es un poquito más largo su nombre: José Miguel de
Carvajal, Vargas y Manrique (Lima, 1771 - París, 1828), duque de San Carlos,
conde de Castillejo y del Puerto. Tuvo la suerte de que lo pintara Goya, así
que podemos ver una imagen de calidad sobre el caballero, aquí, a la izquierda, procedente de wikicommons, en un retrato que es
ejemplo de la maestría de Goya a la hora de “caracterizar el personaje y de
captar su fisonomía”, como dijo Lafuente Ferrari: “magistral retrato del Duque
de San Carlos (Museo de Zaragoza), el miope y obtuso aristócrata, amigo y
consejero del Rey” (pág. 413, tomo II de su “Breve historia de la pintura
española”). Eso sí, parece que este señor intercedió por Goya, protegiéndolo
frente a las sospechas inquisitoriales.
Este embajador
“absolutista” no era ya representante adecuado para un gobierno liberal. Así
que lo cesaron, y los liberales nombraron a su propio embajador. “Quítate tú pa
ponerme yo”, muy de Españistán.
¿Podría este embajador
estar en Londres al principio de la novela? Creo que no,
porque el nombramiento de otro embajador es de marzo, y no creo que en aquel entonces
estuviera el clima como para dar paseos en barco por el Támesis. Más bien sería
el siguiente: el duque de Frías, del que hablaré otro día, pero adelanto que no se corresponde tampoco con la descripción de Lisa Kleypas.
La segunda parte de la historia: El embajador que tampoco era.
La segunda parte de la historia: El embajador que tampoco era.
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