Imagen del duque de Frías. Fuente: wikicommons |
D.
Bernardino Fernández de Velasco y Benavides (Madrid, 1783-1851),
duque de Frías, era Grande de España, como se suele decir, “por los cuatro
costados”. Masón y liberal de raigambre, resultaba perfecto para representar al Reino
en la gran potencia de la época. Nombrado embajador en Londres en el mes de
marzo de 1820, tampoco es que se estrese demasiado, porque no apareció por
Londres hasta el 12 de junio, siendo recibido oficialmente en St. James tres
días después.
Entre uno que se fue (el duque de San Carlos, protagonista del otro post) y otro que todavía no llegaba,
estuvo al frente de la embajada el Encargado de Negocios, D. Santiago Usoz y Mozi, nacido en Madrid en 1781 y muerto
posiblemente en 1851. Era este señor «de costumbres espartanas, conducta
irreprochable y arraigadas convicciones católicas» (Vilar, Mar (2004): Docentes, traductores e intérpretes de la lengua inglesa en la España del siglo XIX. Juan Calderón, los hermanos Usoz y Pascual de Gayangos. Murcia: Universidad). Este mismo año fue nombrado D.
Santiago tutor de sus sobrinos. Uno de esos sobrinos, D. Santiago de Usoz y Rio (1815-1878) fue catedrático de griego en Compostela
y Salamanca, y traductor de inglés.
Pero volvamos al
nuevo embajador en Londres, al liberal duque de Frías. Iba ya por el segundo
matrimonio, con D.ª María de la Piedad Roca de Togores. Una mujer que, al morir
en 1830, tuvo una conocida “poética corona fúnebre”. ¿Por qué? Bueno, este
duque de Frías era un hombre sofisticado y multitarea: además de noble,
político y diplomático, era poeta y amigo de poetas.
Bajo los auspicios de
Castlereagh, Frías trató con D. Francisco Antonio Zea, el diplomático colombiano, a ver cómo se arreglaba el desaguisado colonial. Fue en septiembre
de 1820 cuando se produjo el primer contacto oficial entre Zea y Frías. Se
realizó un intento de reconciliación con los rebeldes americanos. Zea le
presentó su “Plan” de reconciliación.
Cuando Lisa Kleypas pone un embajador español
en Londres en su novela "Cuando tú llegaste", se inventa un tal “Álvarez” que no se corresponde ni de lejos con el
auténtico del momento: el duque de Frías. Entre otras cosas, porque ni estaba
gordo ni lucía bigote. No he visto que Goya lo retratara, pero en wikicommons
sí que la imagen que preside estas líneas.
La escritora muestra
así su prudencia. Este señor tendrá sucesores, al menos al título, y no ha de
ofenderse gratuitamente a nadie. Repito: normalmente, la romántica histórica no
pretende reconstruir la época con la mayor parte de datos posibles. El efecto
que produce, al menos a quienes nos gusta algo la historia, es de extrañeza.
Pondré un ejemplo para que se vea lo que quiero decir. Imaginemos que me
invento a un general inglés llamado Coldfeet que derrotó a Napoleón en la
batalla de Waterloo. Lo pongo en la posición que, en realidad, desempeñó el duque de Wellington, y le añado todos
los tópicos de caballero inglés (aunque él era más bien irlandés) imaginables.
Resulta admisible, sí; y comprensible, claro. Pero también extraño y te pone en
evidencia que no estás realmente ante una novela histórica, sino una “fantasía pseudo-histórica”
propia de la romántica.
"Coldfeet" pintado por Lawrence. |
No digo que el duque
de Frías no tuviera entretenimientos sociales, o que no visitara clubes en su estacia en Londres. No tengo ni idea. Es sólo que me cuesta imaginar
a este diplomático, poeta lírico y miembro de la Academia de la Lengua como un
rijoso torpón y babeante.
También es
interesante la figura del enviado colombiano, el Sr. Zea. Otro personaje hijo
de la Ilustración: botánico, independentista y diplomático.
La naciente república
de Colombia lo envió de embajador a Europa por ser persona allí conocida. Un
poco como ocurrió cuando los Estados Unidos enviaron a Europa a Franklin. Este
Sr. Zea estuvo en Londres tratando, fundamentalmente, dos temas: uno, el de la
deuda colombiana con acreedores ingleses, y otro, la independencia de las
colonias.
No debieron quedar
muy contentos los colombianos con su trabajo, porque le consideran el primer
malversador de la República, “la mayor calamidad de la patria”. Lo cesaron en
1821. Este caballero prefirió quedarse en Europa. Murió en Bath, quizá tomando
las aguas junto algún otro héroe o heroína de la época, en 1822.
Y el querido duque de
Frías, ¿qué se fizo dél? Bien, este
prohombre de la patria volvió, al cabo, a España. Siendo como es España, cuando
volvió el absolutismo, le tocó su tiempo de exilio en Francia. Nihil novum. En el siglo XIX español, a
poco liberal que uno fuera, pasaba la mitad de la vida en el gobierno y la otra
mitad en el exilio. Tuvo un tercer matrimonio, en 1839, con Ana Jaspe.
Resumiendo: cuando Lisa Kleypas pone a un embajador español en el Londres de 1820, no es ninguno de los que realmente estuvieron allí, no se le parecen ni por el forro.
Los personajes
históricos, es evidente, son más complejos que los clichés que aparecen en
muchos libros de romántica. Por eso, en las ediciones en inglés se incluyen
cláusulas disclaimers (“de descargo”)
como la siguiente, que tomo de mi edición 2010 de “Love in the afternoon”:
“This is a work of fiction. All of the characters, organizations, and events
portrayed in this novel are either products of the author’s imagination or are
used fictitiously”, que en román paladino quiere decir:
“Esta es una obra de
ficción. Todos los personajes, organizaciones y acontecimientos representados
en esta novela son o bien productos de la imaginación de la autora o se usan
ficticiamente”.
Pues eso, que no le pidamos peras al olmo. Normalmente, con pocas y maravillosas excepciones, la novela romántica histórica con suerte tiene mucho de romántica y poquito de histórica.
Disclaimer propio:
Muchas gracias de nuevo a internet, la wikipedia y googlebooks. Y especialmente
al libro “Utopía y atopía de la Hispanidad”, de J. Alberto Navas Sierra.
Me ha encantado este post que tiene mucha más miga de lo que puede parecer de entrada. Personalmente me gusta que la novela que leo tenga cierto rigor y no me chirrie ni la época ni los personajes (reales o ficticios) que viven en ella. Y creo que las autoras de romance histórico, salvo honrosas excepciones, descuidan mucho este aspecto. Que conste que hablo de las traducidas al español y eso sin duda es un handicap pero si se quiere integrar algún que otro personaje real, al menos que se ajuste en lo posible a su biografía.Tomemos por ejemplo el conocido regente Jorge IV " Prinny". No estaríamos falseando la historia si le pintamos como un tipo rijoso y amante de la buena mesa, el juego, el despilfarro... en fin una ruina física en sus últimos años pero siendo coherentes también deberíamos tener en cuenta que era un tipo cultivado y gran mecenas de su tiempo. Si me lo pintan en novela de regencia de tal modo que lo reconocería ni su madre pues... ya la cosa me empieza a chirriar. Vale, que es ficción , que la imaginación de la autora al poder y que se puede usar de modo ficticio todo lo que se nos ocurra pero... a mi me gusta "creerme" la historia que me están contando y no creo que cueste tanto documentarse lo suficiente para que esa persona, que realmente existió, no acabe resultando mucho menos creíble que los personajes literarios inventados.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Lo pasé muy bien estudiando este tema, y me dio para dos posts, este sobre el embajador «liberal» en el Londres de 1820, y el anterior, que era sobre el embajador «absolutista».
EliminarComo tú, prefiero un poco de rigor histórico. No tanto que nos resulte naturalista, insoportable: la fantasía romántica tiene su lugar. Acepto que se aparten un poquito de la historia, pero no tanto que me chirríe, que es algo que me sucede en casos como este, que ponen a un embajador español que no se acerca para nada a los reales de aquel momento histórico.
P.D.: Mi problema con Jorge IV es que siempre me lo imagino como lo interpretaba Hugh Laurie en Blackadder ;-)