lunes, 8 de agosto de 2016

¡Es el final feliz, estúpido!



Un final feliz. Ese es el único contrato que se firma entre autor y lector de novela romántica.
Más allá de eso, la imaginación es el límite.
Lo mismito ocurre con la novela negra: tiene que haber un misterio, pero aparte de eso, puedes construir la historia como quieras. Poco tienen en común los tipos, ambientes, argumentos y estilo de Andrea Camilleri, Henning Mankell, Agatha Christie o Dashiell Hammett.
Sólo amor y un final feliz.

Si no hay final feliz, no es de este género. Una historia amorosa puede ser muy romántica y acabar mal, como Romeo y Julieta, o Pablo y Virginia de Bernardin de Saint-Pierre (aunque en España se hizo alguna versión teatral con final feliz). O más recientemente, sin salir de la ficción comercial, cosas como Palmeras en la nieve, Bajo la misma estrella  o Yo antes de Ti. Tendrán historia de amor dentro, serán arrebatadas, apasionadas,… lo que quieras. Pero no son “novela romántica”.
Amor + final feliz.
El resto de características que los críticos achacan al género (estereotipos, superficialidad, machismo, reiteración de las tramas) se darán en muchas novelas, pero no en todas. Igual que en cualquier otra novela de género, como la ciencia ficción o la novela negra. Las hay buenas, malas y regulares, y unas poquitas que se siguen leyendo años después.
Y en muchas, las princesas no son boludas, hacen (sobradamente) su parte.
A mí me gusta compararlo con la música. De Monteverdi para acá se han compuesto miles de óperas, muchas refritos de otras anteriores (literalmente: los autores se plagiaban a sí mismos) y más de una tan coyunturales (para celebrar unas bodas reales o una coronación) que no se les pasaba por el magín que se pudieran representar doscientos años después. ¿Qué queda en el repertorio? Un puñado escaso. Se calcula que las óperas que se representan con regularidad no pasan del centenar.
Durante gran parte de su historia, el final feliz era requisito de la ópera. He llegado a ver óperas barrocas en las que el mito de Orfeo y Eurídice acaba bien. La necesidad de matar a la heroína es muy del XIX.
Cuando vas a un concierto, ya conoces la pieza, por haberla escuchado cien veces. Sabes lo que vas a oír, pero no cómo lo van a interpretar. ¿Un desastre? ¿Una maravilla? En realidad, lo único seguro es que será único.
Lo mismo con la romántica: sabes que los amantes acabarán juntos y vivos. Pero el camino hasta ahí será maravilloso o mediocre o infumable.
Juntos + vivos = final feliz.
En productos culturales como la música o la pintura se acepta casi cualquier manifestación, aunque algunas se admita que son geniales y otras del montón. Se sabe sacar el mérito (enorme o escaso) de cada cosa.
Pero eso no pasa con los libros. No. Son un producto cultural distinto. Siempre me ha sorprendido el veneno que muchos lanzan contra libros que no encajen con su visión de lo literariamente correcto. Es un odio visceral y destructivo que –de verdad- no he visto en otras ramas del arte. Si por ellos fuera, toda la novela romántica, todos los superventas, los libros de ciencia ficción, la novela negra y los thrillers deberían arder en la hoguera.
Podrían dirigir sus ataques contra quienes no leen, por ejemplo.
O contra quienes prefieren ir al fútbol los domingos.
O, mejor aún, que no atacaran a nadie.
Que defiendan y ensalcen lo suyo, que compartan lo que de bueno tienen “sus” libros con el resto, sin despreciar a quienes –además- leemos otras cosas.
Quien no lee, no suele atacar al lector de romántica. Sólo te va a despreciar el exquisito que sólo tiene en sus baldas de Proust para arriba. El mismo letraherido que protestó cuando a Pérez-Reverte lo eligieron académico.
El Diccionario RAE no define la novela romántica. No hay ninguna que encaje con el amplio espectro de historias que las lectoras consideramos como “nuestras”. Lo más parecido es el término “novela rosa”.

Novela rosa. f. Variedad de relato novelesco, cultivado en época moderna, con personajes y ambientes muy convencionales, en el cual se narran las vicisitudes de dos enamorados, cuyo amor triunfa frente a la adversidad.

Siempre me ha sorprendido que otros tipos de novela se definan asépticamente por su contenido y esta sea la única definición que incluye juicios de valor (convencionalismo en personajes y ambientes). En esta definición simplemente no caben los estudios psicológicos de una Laura Kinsale o más modernamente de Courtney Milan, ni todas esas novelas en las que la adversidad no amenaza el amor de los protagonistas. Y excluye todo relato en el que los enamorados no sean dos.
Podría ser útil este concepto de “novela rosa” como un subgénero más dentro de la romántica. En España abarcaría obras como las de Carmen de Icaza o Corín Tellado. Son historias cortitas que a veces se escribían para revistas como novelas por entregas. ¿En el ámbito anglosajón? Los Mills & Boon, Harlequin o Silhouette de toda la vida. Su brevedad las hace centrarse en la relación amorosa, con una gran economía de medios. Son las que yo llamo “genéricas”.
En ellas hay más de una joya, pero en general son -por así decirlo- lo peor de lo peor. Muchas lectoras de romántica que se meten entre pecho y espalda los novelones de Paullina Simmons o Diana Gabaldon, no tocarían un harlequín ni con la mirada. Pero hay que respetar que, a veces, eso es justo lo que te apetece. Hay quien se distrae con sus equivalentes del western. Zane Grey, por ejemplo, ha llegado a ser autor de culto con novelitas del Oeste de parecida técnica, estilo y extensión. Por no hablar del patrio Marcial Lafuente Estefanía. Sería injusto no encontrarles ningún mérito.
Pero desde esta su versión más humilde hasta las la más compleja y ambiciosa, todo es romántica. Hasta el rabo, todo es toro. O sea, el final feliz. Si no, es que es otra cosa.
Historia amorosa + final feliz
Leon Kaufmann: Mujer leyendo (antes de 1933)
[Dominio público], via Wikimedia Commons


6 comentarios:

  1. Voy a hacer un "mea culta". En una época también fui muy crítica de la novela romántica. Injustamente, porque la única que había leído era una de Corin Tellado que encontré en el cuarto de mi abuela. Pero no fue esa experiencia (quizá negativa) la que me hizo despreciar a la novela romántica sino ese esnobismo intelectual de rechazarla por ser un género menor o, peor, para "viejas insatisfechas".
    Ah, y esas portadas con gráficas de hombres semidesnudos y heroínas con los vestidos desgarrados. No, jamás siquiera los levantaba de los estantes para ver la sinopsis.
    Por Dios.
    Igual nunca leí a Proust pero si mucha no-ficción.
    Hasta que un día vi en la pila de libros en oferta en un Carrefour, un libro que tenía en la portada simplemente a una chica sentada en un sillón. Me gustó el argumento y lo compré. Ni sabía que era romántica. No paré de leerla hasta terminarla como a las cuatro de la mañana. Era "Jane juega y gana" de Rachel Gibson.
    Y así entré a este mundo, más o menos hace 8 años (tengo 54), y no paré.
    Tardé un poco en comprar las de los hombres semidesnudos en las portadas, obviamente, forrándolas con papel para que ni en mi casa vieran lo que leía. Jeje.
    Nada que ver con el de Corin Tellado que había leído.
    Pero tengo que reconocer que muy pocos de los que me conocen saben de mi afición.
    Soy una cobarde!
    Lindo artículo. Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por compartir tu experiencia aquí, estoy segura de que no eres la única.
      Creo que le pasa a mucha gente: en cosas que desconocemos, operamos con simplificaciones, estereotipos. La gente que nunca ha leído ninguna novela romántica se cree que son de una determinada manera. Nos pasa a todos con las personas, las cosas, los países,... De todo tenemos una opinión, aunque en realidad desconozcamos de qué hablamos. Yo pediría que, antes de criticar cualquier cosa, la gente se informara un poco. Pero es demasiado pedir, me temo.
      Una de las razones por las que hice este blog es precisamente para hablar de novelas románticas buenas.

      Eliminar
  2. Os cuento. Alguien me dijo una vez que las novelas rosas eran bazofia y ahora se ha convertido en una broma familiar. Cuando leo romántica, que es muy a menudo y me preguntan que estoy leyendo contesto "¡bazofia!". Ya la palabrita ha quedado desprovista de su significado original. Saben que disfruto y que como en todos los géneros hay de todo.
    Yo me crié leyendo muy variado porque de todo había en las estanterías de mi casa: desde ensayos filosóficos a las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Eso sí, las novelas de Corín Tellado las escondía mi hermana mayor debajo del colchón, pero sólo porque las leía, y muchas, cuando se supone que debería estudiar o dormir. Y a mi me gustaba leerlas porque era como algo "prohibido". ¡Ya ves tú!
    Y ahora estoy contentísima porque se publica un montón y entre tantas estoy como un goloso en una pastelería, que no sé ni por dónde empezar el banquete. Tu blog me ayuda un montón aunque también me pincha espinas cuando hablas de hermosas historias que no están traducidas. Mi inglés no es lo suficientemente bueno como para leer con comodidad.

    Por cierto, me encanta el cuadro que has puesto. Gracias por compartirlo. Me gusta su luz. Ahora me voy a ver sus demás obras a la sala de exposiciones: pestaña de imágenes en el navegador.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me encanta tu experiencia "¡Bazofia!", me lo apunto. Es una anécdota tan de lectora de romántica...
      Las cosas con humor son mucho más llevaderas.
      Lo del inglés no veas cuanto lo siento, porque de verdad que hay cosas estupendas ahí afuera. Pero incluso en traducido, es cierto que ahora hay más donde elegir.

      Eliminar