miércoles, 11 de diciembre de 2024

Memorias (3): La base del escalafón, las genéricas

 

 


 

Siempre me he considerado afortunada por tener una familia en que hay gente de todas las ideologías. Eso evita que una tome demasiado en serio la política, demonizando al que no tiene mi mismo pensamiento. Las personas me parecen más importantes que la política. 


 

De toda la vida he encontrado curioso que esto de las novelitas genéricas tipo harlequin me venga de la parte roja de mi familia, no de la azul (en el sentido europeo del término, no como en EE. UU., que van al revés). Ya conté aquí  que una tía mía, allá por los años ochenta entró en una racha de leer harlequines. Montones de ellos. Todas las semanas se los compraba y, gracias a que veraneábamos en el mismo sitio, compartía esas historias con aquella adolescente lectora que era yo.

Nunca se me ocurrió pensar que aquellas novelitas pertenecieran al mismo género literario que los tochos de Kathleen Woodiwiss. Ahora, lo incluyo en romántica sin la menor duda.

A aquellos harlequines viejunos les dediqué nada menos que cinco artículos, en el año 2020. Muchas de las cosas que cuento aquí ya las dije entonces, me parece inevitable repetirme.

Son relatos cortitos, normalmente de no más de doscientas páginas y que te cuentan una historia de amor con bastante economía de medios. No obstante, en algunas líneas el conteo de páginas es superior y puede pasar de 300 páginas. Por ejemplo, Tempted by her outcast viking (Harlequin Historial n.º 1681, 2022), de Lucy Morris, tiene 368 páginas. Pero que no os despiste, es por el formato pequeño. Al final, el recuento de palabras es bajo y suele estar en torno a las 50.000.

Desde aquellos años de mi juventud hasta ahora, no puede decirse que haya sido lectora habitual de novelas genéricas. Pronto me cansé porque, en su mayor parte, no merecían la pena. Para mi gusto, son demasiado formulaicas y no suelen tener nada especial. Me dejaban insatisfecha, frustrada por dedicar mi tiempo a cosas que no valían ni el papel en el que estaban escritas.

Pero cuando he tenido la oportunidad de hacerme con alguna que me llamara la atención, me la he pimpado sin el menor reparo. Aquellas que me parecen particularmente logradas, se han quedado conmigo. Me parecen tan buenas como cualquier otra novela romántico, de otro formato.

Son las únicas que podemos llamar «novelas rosas» con todo el rigor. Sobre el modelo de mercado que representan y la economía que hay detrás de ella, profundicé en el artículo que antes he mencionado.

 

El origen

 

Las historias de amor de siglos pasados solían ser extensas. Las novelas sentimentales de los siglos XVIII y XIX acababan convirtiéndose en folletines interminables. 

El que se adopten formatos más breves me parece a mí que es algo del siglo XX. A principios de siglo, en Francia, se publicaban lo que se llamaba roman à l'eau de rose.

No he conseguido encontrar ningún sitio académico en que profundicen sobre ellos y pueda poneros ejemplos. En España se tradujeron unas cuantas en los años veinte y treinta. «La Novela Rosa» era el nombre de una colección que publicaba la editorial Juventud allá por los años veinte y treinta, de novelitas amorosas extranjeras y autóctonas.

Luego, en España, sí que hubo unas cuantas autoras, durante la República y el franquismo. Sobresale la figura de la asturiana Corín Tellado, que escribía precisamente este romance genérico. Alguna novela suya leí hace años, pero la verdad es que no me gustaron, por el lenguaje con el que estaba escrito, y no he vuelto a probar.

 


La interesante historia editorial del romance genérico

Dentro de la industria romántica, lo que me resulta más interesante es precisamente lo que ocurrió con este segmento del mercado, el de los category romances o novelas genéricas.

La que creó realmente este producto de consumo masivo fue la británica Mills & Boon, fundada en 1908. A partir de los años treinta, se concentró especialmente en la novela romántica, por la tendencia al escapismo durante los años de la depresión. Empezó con tapa dura y sacó los libros en rústica en los años sesenta.

Desde 1958, tuvo un acuerdo con una editorial canadiense, Harlequin, para que esta, fundada en 1949 y que se dedicaba a otro tipo de libros, vendiera reediciones de los títulos de Mills & Boon en el mercado norteamericano.

En 1971, la familia Boon vendió la compañía a Harlequin Enterprises de Canadá. En el ámbito de la Commonwealth, no obstante, siguen conservando, hasta el día de hoy, su denominación Mills & Boon.

Por ejemplo, Suddenly you, de Sarah Mayberry (2012) , que ganó el premio Best Category Romance («mejor romance genérico») en la encuesta anual de All About Romance, es un Harlequin Super Romance (n.º 1812) y un Mills & Boon Cherish 2-in-1 (n.º 106)

Las autoras eran, mayoritariamente, británicas… hasta que llegaron los ochenta, y sus Romance wars. Llegó a haber nada menos que cuatro sellos que publicaban novelas de este tipo.

Al parecer, en los años setenta Harlequin distribuía sus novelitas en EE. UU. a través de Simon & Schuster y Pocket Books. Rescindió su contrato de distribución en el año 1976. Esto dejó a Simon & Schuster con un gran potencial de ventas y ningún producto que poner en el mercado.

¿Qué hacer? Pues nada, como buenos emprendedores, los de Simon & Schuster decidieron tapar el hueco, aprovechando el talento de escritoras estadounidenses, a las que Harlequin había rechazado, publicando sobre todo a británicas.

Así, Simon & Schuster creó Silhouette Books en 1980. Silhouette publicó varias líneas de romances genéricos, y animó a sus escritores a experimentar dentro del género, creando nuevos tipos de héroes y enfrentándose a temas sociales contemporáneos.

Para competir con Silhouette, Harlequin sacó una línea de romances genéricos ambientados en los EE. UU.: Harlequin Superromance, un poquito más largas que las de su rival.

¡Aquí hay negocio!, se dijeron otras editoriales. Y lanzaron sus propios sellos románticos. Así, Dell Doubleday creó Candlelight Ecstasy en 1980 y Bantam Books, Loveswept en 1983

Por buscar su hueco, Candlelight Ecstasy subió un poco el termostato, quitando la exigencia de que las heroínas fueran virginales.

Como esto de meter sexo dio resultado, Silhouette se subió al carro y lanzó líneas similares, Desire y Special Edition.

O sea que tenemos cuatro líneas que publicaban novela romántica cortita y contemporánea: Harlequin (Mills & Boon), Silhouette, Candlelight Ecstasy y Loveswept.

En todas ellas se iniciaron grandes nombres de romántica, como Nora Roberts, Jayne Ann Krentz, Linda Howard o Sandra Brown

Lo curioso es que al final no escribían para un solo sello. Os pongo el ejemplo de Sandra Brown que, con seudónimo o no, publicó con las cuatro: 

·        Rachel Ryan, Love's encore, Candlelight Ecstasy Romance n.º 21 (1981)

·        Erin St. Claire: Not even for love (Ni siquiera por amor) Silhouette Desire n.º 7 (1982)

·        Sandra Brown: Tomorrow's promise (Cuando llegue el mañana) Harlequin American Romance n.º 1 (1983)

·        Sandra Brown: Heaven’s price (Caricias ardientes) Loveswept n.º 1 (1983)

Love's Encore

Estas autoras son un ejemplo para otras que vinieron detrás. En el otro artículo que dediqué a «esos harlequines viejunos», cuento lo que reflexionaba Suzanne Brockmann al respecto, y por qué ella empezó con este tipo de novela, en los noventa.

Ya sabes aquello de que, si no puedes a tu enemigo, únete a él, ¿no?

Bueno, pues en 1984, Harlequin compró Silhouette a Simon & Schuster. A pesar de la adquisición, Silhouette siguió conservando el control editorial y publicando diversas líneas con su propio nombre. 

Cuando estas autoras que empezaron con ellos se apartan y triunfan con otro tipo de historias, publicando single titles largos con otra editorial, por ejemplo, lo que hace Harlequin es reeditar sus romances genéricos de décadas pasadas como si fueran single titles, con el sello MIRA Books.

Dicho sea de paso, a mí me parece que esto del romance genérico es una escuela muy buena para aprender los rudimentos de la narración: exposición-nudo-desenlace, caracterización de personajes, cómo mantener la tensión dramática, cómo pulir el lenguaje para quedarse en lo esencial, cómo construir diálogos eficaces…

 


¿Y ahora, cómo andamos?

 

En la parte editorial, sigue la publicación tradicional de los sellos ya vistos, o en Random o en Harper Collins. Tanto Dell como Bantam están incluidas en Random House, Inc. Por su parte, Harlequin Enterprises (que absorbió en su día Silhouette) fue propiedad de la canadiense Torstar Corporation entre 1981 y 2014. Luego la adquirió News Corp y hoy es parte de HarperCollins.

Así que aquellas cuatro líneas de los ochenta son actualmente propiedad, o bien de Random House, Inc., que forma parte de la compañía Bertelsmann, una empresa de medios de comunicación alemana; o bien de HarperCollins, compañía editorial perteneciente a la News Corporation de Rupert Murdoch.

Lo que ocurre es que actualmente, y más con la autopublicación, hay novelitas de este tipo sin que aparezcan con la portada Silhouette o Harlequin.

La idea la escuché a las Smart Bitches, en uno de sus podcasts de hace años, cuando todavía las escuchaba. Ellas comentaban que muchas veces se venden auto publicados romances que no tienen la apariencia de harlequines pero que, por el formato y longitud, son auténticos category romances.

Podríamos llamarlas «genéricas encubiertas», o «harlequines disimulados» que pretenden no serlo. Autoras como Carly Phillips, por ejemplo, o Jackie Lau, Serena Bell, Lauren Layne, Louise Bay, a veces Sarina Bowen o T. L. Swan, Vi Keeland o Elle Kennedy, en sus formatos más breves, escriben novelas genéricas, solo que como tienen otro tipo de cubierta, fingen que no lo son.

Si hay autores que sacan en un año tres, cinco, ¡diez novelas!, están siguiendo ese mismo modelo de producción, aunque se autopubliquen y no lo hagan con Harlequin.

Recientemente he leído cosas de autoras así, Bethany Lopez, Liz Alden o Jennifer Sucevic, de bastante tercera fila, por el poco renombre que tienen. Y que no se apartan un ápice de tu esquema harlequinero típico.

Lógicamente la inmensa mayoría de estos libros son una mierda. Es difícil publicar un libro al trimestre y que te salga bueno. Con sus repeticiones, deslavazadas, tramas con hilos sueltos que no van a ninguna parte, errores gramaticales u ortográficos, aburridos soliloquios,… Son un poco como esa ropa de mala calidad pero que te compras una camiseta nueva cada quince días, en vez de gastarte los cuartos en ropa que te vaya a durar décadas. 

Es España puede señalarse la particularidad de que Harlequin saca HQÑ, entiendo que para autores autóctonos. La extensión puede ir de las 150 a las 250 páginas. Veo títulos y nombres que me suenan poco o nada.

Os pongo ejemplos.

Los tejados de París, de Andrea Muñoz Majarrez; Versos en tu espalda, de Lucía Pecero Claro; El hechizo del ángel, por Claudia Cardozo; A orillas del Ness, de Mercedes Gallego; Con suerte en Navidad, por Mayte Esteban.

Otro día sigo hablando más de las genéricas, de su variedad y listas, por supuestos.

Os dejo a continuación imágenes de algunas de las primeras novelas que publicaron algunas de nuestras autoras favoritas.

Irish Thoroughbred Uneasy Alliance    All That Glitters    Hero Under Cover

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