domingo, 5 de marzo de 2017

Crítica: “Caricias ardientes”, de Sandra Brown



Tópico harlequinero… uf… ¿Machista que te enseña lo que tienes que querer? ¿Desprecio de la ambición profesional y alabanza de pillar a un contratista rico, con casoplón incluido, y tener un montón de críos?
Bantam Books, diciembre 1995



DATOS GENERALES
Título original: Heaven’s Price
Subgénero: contemporánea/Genérica
Fecha de publicación original en inglés: mayo de 1983
Serie: Loveswept (LS) - 1

Traducción española:
Título: Caricias ardientes
Traductor: no me consta
1.ª edición: 1995
Editorial: Atlántida (Argentina)


SINOPSIS
Aquí pasa una de esas cosas interesantes que te encuentras de vez en cuando, que es que los nombres originales están cambiados al traducirlos al español.
Así, uno de los resúmenes que he encontrado sobre la versión en español (publicada por una editorial argentina) es el siguiente:
Valery es una bailarina de 30 años a la que diagnostican lesiones en ambas rodillas, por lo que se retira durante un período de 6 meses a un pequeño pueblo, donde vive una antigua compañera de baile que ahora está casada y con cinco críos.
Justo cuando termina de subir sus cosas al apartamento, solicita la presencia de un masajista profesional para aliviar todos sus dolores. Al abrir la puerta se encuentra junto al hombre más imponente que ha visto en su vida y recibiendo el mejor masaje de toda la historia.
(Tengo entendido que en esta versión, él se llama Frank).
En cambio, la sinopsis que aparece en la contraportada del libro que yo tengo, que es la edición Bantam de 1995, es esta otra:
Blair Simpson emprendió una vida con la que la mayoría de la gente sólo podía soñar. Sus noches y sus días están dedicados a la danza –entre las chicas del coro de musicales de Broadway y en algunos anuncios para televisión- y nunca ha tomado en consideración otra carrera. Ahora una lesión la ha enviado a una pequeña ciudad durante seis largos meses de recuperación. A su alrededor sólo hay parejas criando familias y construyendo juntos sus sueños. Ahí conoce a un hombre que la obliga a reencontrarse con esa parte de ella misma que ha negado durante mucho tiempo.
Desde su primer encuentro con su nuevo casero, Sean Garrett, la poderosa atracción sexual entre ellos la pilla desprevenida. Por primera vez, ella es incapaz de perderse en su baile, y la pasión y ternura de Sean le urge a que ella le abra su vida. Más que nada, Sean quiere construir un futuro con la fogosa morena Blair. Pero la pasión de Blair por la danza la ha dominado durante tanto tiempo, que puede ser incapaz de romper con ella, incluso si eso le cuesta un amor que nunca había pensado encontrar.

¿Entra dentro de “Lo mejor de la novela romántica”?
No, ni de coña. Vaya pestiño.

CRÍTICA
Esta novelita fue la primera de la colección Loveswept de Bantam Doubleday Dell.
Cuando la leí por segunda vez, allá por 2012, me horrorizó el machismo que rezumaba desde la primera página.
Blair, la protagonista, está de mudanza. Bailarina profesional, los médicos le han dicho que pare unos seis meses para recuperar sus rodillas. Ha decidido pasarlos en un pueblito tranquilo.
Llamó a un masajista. Y cree que ha llegado cuando en su puerta aparece un macizorro de ojos azules, arrubiado y con bigote. Cuando esta novela se publicó (1983) muchas estrellas lo llevaban o lo había llevado. Jack Nicholson, Burt Reynolds o Tom Selleck… (Por favor, si no sabéis de quién hablo, no me lo contéis, odio darme cuenta de lo viejuna que soy, ¡snif!)
A mí ya el detalle me sacó del libro porque he contado que las pilosidades faciales no me gustan.
Este chico se da cuenta de que ella ha estado moviendo cajas y se sorprende de que no pidiera ayuda. Comenta, en plan irónico, “Ya veo. Eres independiente”.
¡Oh, perdóname por ser mujer y autosuficiente!
En fin. Blair le toma por masajista, él no le saca del error y, efectivamente, la magrea a gusto.
Cuando se descubre el pastel, ella se cabrea y él, ¡como que no lo entiende…! Vamos, como cuando a Bertín Osborne o Pérez-Reverte les dice alguien que resultan machistas. Encima se enfadan y protestan. Es que no lo ven.
La escena entre Blair y Sean sigue, resumidamente, así:

¡Me mentiste!
No, yo no te mentí, fue una suposición que hiciste.
Y tú que no me lo sacaste del error.
Bueno, ¿y qué iba a hacer?, ¡soy un hombre!

¿¿¿¿Perdón???? ¿Como eres hombre tienes derecho a manosear a una mujer que cree, por error, que eres un fisio? No, guapo, tenías que haberle dicho algo así como “No, se equivoca usted, no soy masajista, soy el casero”.
No, encima le dice que ella estaba rogando porque la tocara.

¿Rogando? Sólo dejé que me tocaras porque pensaba que eras un masajista.
Él sigue: Pero si estabas prácticamente maullando de gusto, y toda sexy con una sábana.

Por si fuera poco, Sean amenaza con ponerle caliente el trasero como alguna vez vuelva a abrir la puerta a un extraño y le deje entrar. ¿Es que no sabe lo que puede pasar a mujeres que hacen eso? Puede venir cualquier pervertido, te podría pasar algo terrible como…
Y, ¡zasca! En medio de la discusión la besa. Cuando Blair consigue recuperarse de la estupefacción, le dice que se largue. Sean le “anuncia” (no le pide) que van a cenar juntos esa noche.

¿Te crees que voy a ir a cenar contigo después de lo que has hecho? Nos veremos el mes que viene, cuando te pague la renta.
No, me verás a las ocho o vendré a buscarte.

Eso te da el tono dominante, de tipo “sobrao”, de la novela. La cosa no mejora cuando entra en escena la mejor amiga de la bailarina. Pam Delgado exalta la maravilla de ser madre y esposa, feliz de haberse abandonado totalmente. Y diciéndole que igual perder el trabajo de sus sueños puede ser una oportunidad.
Pero no lo dice en plan “si no puedes seguir bailando, puedes abrirte nuevas perspectivas laborales”.
No.
Lo dice dando a entender que igual “encuentra un buen hombre con el que casarte y tener hijos”.
Cuando Sean va a buscarla, Blair le recuerda que ha dicho que no. Pero él no la escucha, o sea, realmente, pasa en moto de lo que ella diga. Como quien oye llover. Uno de esos en plan “tu boca dice no pero tu cuerpo que sí”. ¡Ay, ganas de cruzarle la cara con un calcetín usado!
Es tan cansino que al final ella cede y dice:
“Vale, deja que me calce”.
Pues no.
Que vaya descalza.
Conducta propia de maltratador, por cierto, que no pierde ocasión de hacer que la mujer se sienta vulnerable. Antes de salir, él apaga la luz de la mesilla, y aprovecha la oscuridad para toquitear un poco.
Pasamos a la “típica escena Pemberley”: “vaya casoplón que tienes, me pareces más interesante ahora que veo tu casa”.
Al día siguiente, cuando ella está ha-blan-do con el chico que ha venido a ponerle el teléfono, aparece este neanderthal y le ordena al operario que se largue.
El resto del libro sigue más o menos en el mismo tono, ¿para qué cansaros con los detalles? La protagonista evoluciona algo a lo largo del libro, pero Sean es un gañán de principio a fin.
La historia de amor carece de interés, y de los secundarios ya ni hablamos. A la amiga te la quieren poner tan maruja que hacen de ella una tontita con la profundidad intelectual de una ameba. Que no, de verdad, que hay amas de casa que están estupendas, son encantadoras, saben de todo y resultan interesantísimas.
Por no fustigarme, la he releído por encima, ¡qué ganas de mandar volando el libro al otro lado del salón!
Sigo salvando lo mismo que hace años:
Primero, imaginarme las preciosas láminas de Harvey Edwards (autor de la inmortal frase “Si no hay arte, ¿qué nos queda?”). Aquí os dejo enlace a su página web para que podáis verlas.
Segundo, una escena en que unos bailarines amigos visitan a Blair. Seguro que la autora pretendía que los viéramos como superficiales, pero son un soplo de auténtica frescura entre tanto apolillamiento conservador.
Me sorprende que esta novela le pueda gustar a alguien, pero bueno, para gustos los colores. A mí un machismo tan descarado me supera. Cuando escribí crítica para El rincón de la novela romántica, me pareció “Mala, 2/5”. Ahora diría pésima. Le daría un cero patatero si tuviera esa calificación en mi blog.
Claro que si no tuviéramos las novelas románticas malas, ¿cómo podríamos tener criterio para apreciar las buenas?
Valoración personal: insufrible, 1
Bantam, May-1983

Se la recomendaría a: … no sé, ¿Bertín Osborne?

Otras críticas de la novela:
Con estos libros del año de la polka, y más si no son particularmente buenos, es difícil encontrar críticas más allá de las de Amazon o Goodreads. Así que pongo lo ÚNICO que he encontrado.
En El Rincón de la Novela Romántica hay dos críticas, el de una lectora a quien le gustó (la de Rosamina, que también se puede encontrar en “Críticas, reseñas y opiniones de libros”), y una versión anterior de esta mía.

2 comentarios:

  1. Pues va a ser que no, gracias. Sanra Brown me gusta, pero ella (como otras autoras) escribieron en su momento novelas que hoy en día tienen ese tufo machista que tanto nos echa para atrás.


    Un saludo

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  2. Con semejante espaldarazo por tu parte (pestiño, insufrible...) y lo que nos has contado me parece que esta no me la apunto aunque sea de Sandra Brown.

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