domingo, 6 de diciembre de 2020

Esos harlequines viejunos (2) Alexandra Sellers: “En las redes del amor”

 



 

Alexandra Sellers: En las redes del amor (Captive of desire)

Original: 2/1982; Harlequin Super Romance-13, Harlequin Super Romance (M&B)-2.

España: Súper Jazmín 34 (1986)

 

Los protagonistas de la historia son Mischa Busnetsky, escritor disidente soviético, y Laddy Penreith, periodista británica.

De jovencita, Laddy viajó mucho con su padre, miembro de una asociación dedicada a la defensa de los disidentes soviéticos. A los diecisiete años de edad, en una reunión en un atestado apartamento de Moscú, con motivo de una exposición de pintura subversiva para el régimen, Laddy conoce a Mischa, un muchacho de veintipocos años.

Lo suyo es amor a primera vista, pero pudieron tener aquel día para conocerse, y añorar lo que podría haber sido, si la situación hubiera sido diferente.

Ocho años después, y después de estar entrando y saliendo de la cárcel, Mischa finalmente logra la libertad, llegando a Occidente gracias a un intercambio de aquellos que se hacían en la época soviética. Enfermo y débil, pero con su ánimo inquebrantable, Mischa se traslada al Reino Unido.

Allí Laddy y Mischa se reencontrarán. Al principio, hay desconfianza, pero pronto comprenden que aquello que sintieron era especial y duradero, y su enamoramiento revive en un pueblecito de Gales.

¿Qué es lo que me atrae de esta novela genérica? Esa parte de segundas oportunidades, tópico que me pirra, aquí en forma de amor adolescente que pervive a lo largo de los años, una chispa que surge en un momento y que se solidifica y ayuda a seguir adelante…

Me gustó la ambientación británica, el contraste entre el urbano Londres y el Gales más rural.

Luego, la parte romántica muy de los ochenta, con una escena de esas tan tópicas de una pareja que duerme frente al fuego de la chimenea, mientras que la nieve los rodea. De nuevo, un entorno natural de esos que tanto me atraen a mí. Casi podía oler la madera quemada y sentir el frío del invierno.

[Entre nosotras, cuando he tenido oportunidad de vivir este tipo de escenas, la cosa sale así así, porque las chimeneas dan mucho calor en la cara mientras el culo se congela. Por eso recomiendo hacer realidad la fantasía con unas buenas mantas, algo de alcohol (o una infusión hirviente) y un maromo de buen ver. O maroma, si es lo que te va.]

Además de esa escena invernal, recuerdo expresiones aisladas como Mischa diciendo «Soy un pordiosero a tu puerta», cuando, pese a creer que ella lo ha traicionado, no puede evitar seguir sintiendo lo que siente.

Pero creo que lo que más marcó la diferencia, para mí, es que es un harlequin de la Guerra Fría, con su dosis de conciencia política. Te enseña lo que era ser disidente del régimen, el sufrimiento humano que causó el comunismo a tantísimas personas…

De los años ochenta a ahora, lo que más se me quedó clavado en la memoria es una conferencia de prensa en la que le preguntan a Mischa:

—Señor Busnetsky, ¿cuántos prisioneros políticos calcula que existen en la Unión Soviética?

A lo que él contesta:

—No necesito calcular, puedo darles la cifra exacta. La respuesta es: doscientos sesenta millones —contestó tranquilo.

Esa es la esencia del totalitarismo: todos los habitantes del país son prisioneros políticos, en su casa. Porque ninguno puede expresar su opinión libremente.

Ha sido inevitable recordar episodios de la Rusia actual, donde sigue habiendo ciudadanos que, como el Busnetsky ochentero, pasan tiempo en la cárcel por delitos más que dudosos. Muchos acaban asilados en el extranjero, curiosamente (o no tan curioso) también en el Reino Unido… hasta donde llega la larga mano que los envenena, al más puro estilo soviético.

Releer este libro, ya digo, me ha hecho pensar muchas cosas, como que, dentro de las libertades inherentes al ser humano, dos de las más fundamentales son las de pensamiento y de opinión.

Tengo derecho a pensar y creer lo que yo quiera, incluso aunque sea una chorrada.

Y derecho a expresarlo, aunque lo que yo opine te ofenda, o sea una gilipollez.

Porque la verdadera libertad y tolerancia no es proteger y defender al que piensa como tú, eso lo hacen también los mafiosos. Sino respetar y defender el derecho a opinar de quien opina lo contrario.

En estos tiempos en el que parece que algunos necesitarían que se fundase un Ofendiditos Anónimos, a ver si se les engrosa la piel, recuerdo esa frase que se atribuye a Voltaire (pero que no es suya, véase aquí), aquello de «Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo».

Nadie debería ser perseguido sólo por lo que dice o piensa, ni acosado ni enviado a prisión por palabras o pensamientos que no se traducen en acciones realmente dañinas para terceros.

Y cuesta, ya sé que cuesta mucho practicar esta tolerancia. A nadie le cae bien quien dice disparates contrarios a lo que tú pienses, muchas veces te molesta e incluso te incomoda. A mí la primera.

Pero me esfuerzo, una y otra vez, en recordar que la libertad de expresión y de pensamiento son más importantes que el grosor de mi piel.

Pues eso, un harlequin que procede de aquel pasado de Guerra Fría, cuando Sting cantaba aquello de que los Russians love their children too. Un mundo tan diferente al nuestro, pero que nos puede recordar lo que debería ser verdaderamente importante.

2 comentarios:

  1. Gracias por la recomendación! Es un interesante análisis y es que es cierto que cada vez vivimos en un mundo más polarizado. Por un lado me alegra que por ejemplo opiniones misóginas ya no sean tan socialmente aceptadas y por otro me hiciste cuestionarme porque hay ciertos temas que me enojan mucho, ya la historia estuvo mucho tiempo de ese lado y ya no tengo ganas de escuchar más esas voces.
    Me encanta leerte!

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    1. Entiendo perfectamente que no aguantes ya que te digan chorradas, muchas veces siento lo mismo. Ahora, con la misma convicción creo que todos tienen perfecto derecho a decir tonterías. Y nosotros a rebatirles, educadamente. Tanto el contrario como el público que aún no se ha formado una opinión al respecto, responden mejor con amabilidad y cortesía, no reñida con la firmeza. Así expresas respeto por las personas, aunque sus ideas no lo merezcan. Porque, en mi opinión, son las personas, no las ideas, lo que merece respeto. Al menos, eso es lo que he sacado en claro después de ver divulgación científica y escéptica durante años.

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