Del
viernes 23 de junio al domingo 2 de julio de 2023. MADO es la gran fiesta del
Orgullo LGBTIQ+ en Madrid. Así que lo voy a celebrar a mi manera, hablando en
mi blog de novelas románticas con personas de identidad o sexualidad, diversas.
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Hoy toca hablar de la
parte negativa, que todo lo tiene.
Eso sí, me sale una entrada algo desgalichada, porque son ideas sueltas con un tenue hilo conductor.
No pondré ejemplos de
autores o libros del lado oscuro. No es por cancelar a nadie, no. Creo que las
cosas hay que entenderlas en su contexto y su tiempo. No quiero que se coja a
nadie manía por lo que pensaba o decía hace años. Todos tenemos derecho a
cambiar, y lo mejor que se puede hacer con pasados que nos avergüenzan es
correr el manido «tupido velo».
En la época de los bodice rippers, si aparecía un personaje
gay o lésbico, usualmente era negativo o trágico: o el malo de la película, o el amigo que
muere. No solo ocurría en Romancelandia, también se veía en otras narrativas comerciales
como las películas.
Con la crisis del SIDA,
la parte trágica adquirió un nuevo sentido. La narrativa comenzó a cambiar,
forzando a mirar a la cara al colectivo. Películas mainstream como Compañeros
inseparables (1989), Los amigos de
Peter (1992) o Philadelphia
(1993) hablaron de cosas que hasta entonces el cine de masas había ignorado.
Si no las habéis visto porque, ups, no habíais nacido, os las recomiendo. Una ya tiene cierta edad y las vio cuando se estrenaron.
Silence = Death |
Y en lo cómico, no podéis
imaginar lo rompedor que fueron series como Will
& Grace.
Con el cambio de siglo,
la RWA se planteó definir la novela
romántica. Jennifer Crusie le dedicó un artículo, del cual se deducen algunas de las cuestiones en que había debate. Y esta era una de ellas:
Hubo quienes sugirieron que la definición incluyera “amor entre un hombre y una mujer” y otros señalaron que sería una mala idea hacer a la RWA oficialmente homofóbica, dado que respetables editoriales como Naiad Press llevaban años publicando romances lésbicos. Queríamos que la definición reflejase el siglo XXI, no el XIX.
Así que, aunque el
público de Romancelandia siga siendo principalmente mujeres cishet (véase esta encuesta algo viejuna
ya, de 2017, en la página de la RWA), la mayoría no discutimos el derecho al HEA
o HFN a parejas (o tríos o…) del
colectivo LGBTIQ+.
Cada uno que lea lo que quiera, si le hace feliz. Respeto las opiniones de quien lo vea diferente y solo quiera romances heteros, a cada uno sus gustos, no todos vamos a pensar lo mismo, y no se trata de meter a nadie nada por los ojos.
Personalmente, con el campo cada vez más minado del
romance hetero, leo más MM
romance. Lo expliqué, por ejemplo, al comentar Enemy of my enemy, de Tal Bauer,
que en el male/male romance encuentro
«la fuerza, la garra, el romance y la pasión, el entretenimiento, en suma, que
me cuesta encontrar en la romántica hetero».
En cambio, mis
incursiones por el romance lésbico han sido frustrantes, no me enganchan y lo he dejado por imposible. Los romances trans o queer,
que alguno he leído, tampoco me llaman.
Puede incomodar que estos romances sean escritos y consumidos por personas cishet. Es lógico preguntarse si no habrá algo de eso que en el cine se llama gaysploitation, una modalidad del cine de explotación. Del cine ha pasado a otras narrativas y se llama ficción de explotación.
Te lo puedes plantear en otros géneros
parecidos, como el manga yaoi.
¿Cuál es el riesgo?
Cosificar, o sea:
1.- Usar a otras personas
y sus experiencias como un producto más, incurriendo en el trazo grueso y el
estereotipo.
2.- Que nos gusten sobre
el papel pero que en la vida real no aceptemos al distinto.
3.- Tirar de estas
historias más por el morbo, sin el menor interés por las personas reales que se
perciben como LGBTIQ+.
Para mí hay un nombre
propio que simboliza no todo esto, pero sí algo de ello: Santino Hassell. Durante años, estuvo entre los autores más
apreciados del male/male romance. En
mi base de datos aparecen varios libros suyos muy apreciados, incluso ha
entrado en mi lista de las mil mejores, versión de 2017.
En 2018 saltó la polémica. Si queréis saber algo más, aquí está la entrada de Book Binge al respecto, «A statement about Santino Hassell» , con algún que otro enlace para profundizar en el caso, o «Coming this week» en Joyfully Jay. Básicamente, se le reprochaba cierto catfishing, ese fenómeno tan de internet de crearte una identidad en línea que no se corresponde con la realidad, y de esa manera logras relaciones emocionales o románticas, o consigues que la gente te cuente cosas, o te mande dinero, etc. Véase la voz catfishing en el Urban Dictionary.
Está bien celebrar la
excelencia del romance LGBT, pero siendo conscientes de que no todo es yupi yupi y mira qué fabulosos e inclusivos
somos todos.
No podemos usar a las
personas, o sus identidades, simplemente como un producto más de marketing. Hay quien critica esto llamándolo «capitalismo rosa»,
crítica que no comparto del todo, desde el punto de vista político y económico.
Pero la entiendo y puede dar una idea de por dónde van los tiros.
La novela romántica es un
producto cultural destinado a la venta y el consumo masivo. Es lógico, y
lícito, que se publique lo que se vaya a comprar. No veo nada malo en ello,
producir y vender.
Esto es una industria y los escritores, productores de libros. ¡Ojalá vendan mucho y se hagan todos millonarios!
Siempre que... me estén contando una historia atractiva. Como lectora, el momento en que veo que el activismo tiene más peso que el argumento o los personajes, eso me saca del libro. Me da repelús, incluso si son ideas que yo defiendo. A nadie le gusta que le sermoneen o estén todo el rato diciendo lo que haces mal, con el ceño fruncido y el gesto dictatorial.
Quiero literatura, no panfletos.
Tal como yo lo veo, en la
industria romántica, está aceptado y admitido, como un producto más con
bastante éxito, el romance prototípico de hombre
gay, cisgénero, occidental, blanco y de clase media-alta. Lo que se aparta
de este modelo es, reconozcámoslo, muy minoritario.
En conjunto, creo que es
positiva la diversidad en las novelas románticas. Suponen una suerte de educación
sentimental que nos ayuda a respetar al otro y su vida y sus circunstancias, aunque no siempre los entendamos.
En general, la novela romántica me parece un género positivo, amigable, optimista incluso cuando nos cuenta tragedias. Aunque tenga puntos oscuros, creo que algo puede ayudar a obtener paz, serenidad con nosotros mismos, y esto también lleva a ser más abiertos hacia el que es diferente.
Gaysper, la contribución cañí a los símbolos LGBTIQ+, con una historia que es para descojonarse, en tono de humor negro, que es lo propio de esta piel de toro. Todo muy español. Con todo el respeto del mundo para sus creadores, ¿eh? En este mundo hay gente pa tó. |
Super interesante, Bona. Recuerdo que cuando empezaron a publicarse romances de género con protagonistas gay, no solo estaba esa idiotez de si podían ser romances. Incluso los sitios más "tolerantes" tenían posiciones un poco raras. Por ejemplo, en All About Romance en sus reviews tenían (tienen?) un rating the cuan "hot" era el libro, y los romances m/m siempre tenían "burning". Y ok, en parte era que en los primeros romances m/m había mucho de romance erótico (quizás porque fueron las editoriales online que publicaban eróticas las primeras en animarse a publicarlos), pero en AAR parecía haber una idea de que ser m/m en sí era de alguna forma "kinky", y había que alertar a las lectoras mas sensibles 😁.
ResponderEliminarHoy en día me gusta que es visto como algo normal, e incluso Harlequin publica novelas LGBT+ en sus líneas normales. Aunque eso del riesgo de cosificar, particularmente en m/m, es algo que me preocupa un poco, e incluso las novelas que me han gustado mucho a veces me hacen sentir un poco incómoda con eso.
Sí, visto ahora suena raro, eso de preguntarse si eran o no romances. No me había dado cuenta yo de eso que dices de AAR, que todo era hot y burning cuando aparecía sexo gay. Tiene gracia.
EliminarLo de que Harlequin publique novelas gais me encanta, porque es ya normalización total.
Veo que compartimos el sentimiento de incomodidad, a veces. Me siento más cómoda cuando sé que el autor es un tío, como Tal Bauer o Alexis Hall, y entonces me parece que el riesgo de cosificación es menor.
Si yo leo cada vez más romántica gay, tengo la impresión de que no es tanto por morbo sino porque todo me resulta más natural, menos tenso, no tan acartonado como mucho romance hetero. A veces las novelas de chico y chica parece que van pisando huevos para no molestar a nadie. Y en histórica solo lo consiguen con fantasías sin el menor sentido de la época, nada apropiadas para mi.