Empecé estas memorias románticas hablando de romántica histórica, luego pasé por la fase de novelas genéricas, que conocí en los años ochenta.
Hice luego un pequeño excurso para hablar de Georgette Heyer y ese producto tan específico, los regencias tradicionales, que descubrí muchos años después, en la década de 2010.
Ahora vuelvo atrás, ¿qué leía yo en los noventa?
Pues parece que la evolución lógica, después de novelas largas históricas y cortas contemporáneas, juntara longitud y época para descubrir las contemporáneas largas.
Fue entonces cuando leí, sobre todo, y por este orden (creo) Jayne Ann Krentz, Nora Roberts y Sandra Brown.
También ellas siguieron esa misma evolución: empezaron con novelitas cortas y luego pasaron a escribir contemporáneas largas, le añadieron toque de suspense y después siguieron cada una sus caminos peculiares.
¿Qué es la contemporánea?
Pues casi cualquier romance ambientado en la misma época en que se publica.
Esto puede desconcertar un poco con cosas que surgieron antes de nacer nosotras, porque nos suenan históricas.
El ejemplo palmario es, dentro de la literatura, Jane Austen, que hablaba sobre sus contemporáneos, pero a nosotras nos suenan como históricas de la Regencia.
Dada la rápida evolución de las costumbres y de la tecnología, cuando lees una contemporánea de, por ejemplo, los años ochenta, lo notamos desfasado.
Es un género amplísimo en el que cabe de todo: ambientaciones en grandes ciudades o en pequeñitas; sexualidad donde todo se licúa y fluye... o novelas blancas; romances heteros, gais, tríos, o lo que tú quieras.
Unas autoras asumen un estilo ágil, rápido, todo diálogo como si fuera un guion de comedia romántica. Otras ponen en la página rumiaciones detalladas de sus personajes.
Las hay graciosas y ligeras como pompitas de jabón. Con algunas, te descuajeringas con cada frase. Otras son densas llenas de angst, que te hacen llorar Grandes tragedias conviven en el género con existencias plácidas en que todo sale siempre bien y el mundo está poblado de gentes amables y encantadoras.
Unas son muy combativas y feministas, otras recuperan al violador de toda la vida, al bodice ripper que ahora coacciona desde una posición de poder, bien como millonario, bien como mafioso. Lo llamarán dark, pero son los abusones de toda la vida.
O sea, lo que yo digo, que es amplísimo, enorme, cabe realmente de todo.
Evolución del género
En los años ochenta-noventa, los novelones que escribían tendían un poco a pasar ciertos aspectos de las históricas, pero en un contexto actual. Tendían a centrarse en las heroínas, hablan incluso de cuando eran crías. Entonces los héroes aparecían avanzada la novela.
Pensad, por ejemplo en las primeras de Susan Elizabeth Phillips o las de Judith McNaught.
Más tarde se aligeró toda aquella pesadez y se centró más en la dinámica romántica y sexual entre los protagonistas, como las de Jayne Ann Krentz.
Hacia el año 2000 les dio por volver un poco a aquello de centrar la historia en la protagonista, con el chick lit. La vertiente seria y sentimental de esta tendencia sería la women’s fiction o novela sentimental.
Luego subieron el termostato un montón y de ahí surgió la erótica chorreante. Lo menciono aquí porque suele estar ambientada en nuestra época, pero para mí, chick lit, women’s fiction y erótica son géneros propios, con sus peculiares características y tópicos.
Por esta época, principios del siglo XXI, el género tendió a dispersarse un poco y lo que predominaba era lo paranormal.
Ahora, lo contemporáneo siempre ha seguido estando ahí, igual que lo histórico, «muertos» que están muy vivos.
En contemporánea se diversificó un poco por el tema o tópico, que venían ya de antes, claro: romance deportivo, pequeña ciudad (small town), más conservadoras, otras más lanzadas y muy hot sin caer en lo erótico.
Ya en la década de 2010, recibió impulso lo juvenil (YA) y lo nuevo adulto (NA). Trajeron consigo un modo algo diferente de contar las cosas, no solo las edades de los protagonistas. De ellas viene eso de relatar las cosas con primera persona dual, es decir, alternar la perspectiva de uno y otro.
A mí al principio me pareció algo fresco. Pero ya me ha resultado cansino. Son voces indistinguibles. Rara vez consigue algún autor crear una voz peculiar. Es más, acaban sonando todas exactamente igual, y da lo mismo el nombre que pongan en la portada. Para mí, de 2015 hasta hoy, todas las contemporáneas de este tipo suenan igual.
El éxito de Cariño, cuánto te odio (The hating game, 2016) de Sally Thorne, inauguró otra tendencia, la de las comedias romanticas, esas portadas colorinchis de las que estamos todas ya algo estragadas. A mí me encantó esa historia. Las copias, calcos, imitaciones y demás que vinieron después,... me han gustado menos. Esto del humor es algo muy personal y hasta cultural. Lo que a una lectora estadounidense le hace saltar las lágrimas y decir que eso es muy LOL, a mí me suele dejar fría.
Me gusta más el sutil humor británico, algo como Se busca novio (Boyfriend material, 2020) de Alexis Hall me hizo desternillarme de risa.
Como Jayne Ann Krentz y Nora Roberts se fueron por los cerros de Úbeda, o sea, metieron cosas paranormales en entornos perfectamente contemporáneos, dejé de leerlas.
No hay problema, porque ahí había unas cuantas autoras de contemporánea que se convirtieron en mis favoritas, entrado el siglo XXI. Dentro del romance deportivo, Susan Elizabeth Phillips, Rachel Gibson y, más adelante, en el male/male romance, la fantástica Rachel Reid. Con humor y un toque de mala uva feminista, Jennifer Crusie, luego Lucy Parker y su mundo del teatro londinense, y Julie James (que hace como nadie el enemies to lovers, qué chispa). Ahora, leo a autoras como Sarina Bowen o Kate Meader.
Y en español, pues bueno, ya sabéis que leo poco. Pero podría decir que me han gustado y he disfrutado bastante de algunos libros publicados por Ángeles Ibirika y Florencia Bonelli. Por supuesto, Marisa Sicilia como ha escrito de todo, también tiene contemporáneas estupendas.
¿Y ahora, cómo andamos?
Sí quería hablar de la última evolución que me parece a mí que ha sufrido el género. Aparte de eso de darle a la rom-com y a la primera persona dual, este giro es ideológico.
Ya lo conté en el capítulo de mis memorias románticas dedicadas a la histórica. Así que me repito un poco. Podéis saltar esta parte.
A partir del año 2016, cuando ganó Trump por primera vez, tengo la impresión de que en general la romántica dio un giro ideológico. Es como que muchas autoras, horrorizadas porque el señor Naranja estuviera en la Casa Blanca, se sintieron comprometidas, que también sus libros tenían que ser activistas y con ello me arruinaron bastante la lectura de novelas románticas.
A ver, de siempre la novela romántica sacó políticos, pero procuraban las autoras no enajenarse la voluntad de nadie. Así que nunca sabías si eran demócratas o republicanos. Un ejemplo, en un suspense romántico de Sandra Brown, Imagen en el espejo (1990) yo nunca supe a qué partido político pertenecía el protagonista, candidato al Senado.
Y si salían así, era para que su pareja fuera de la otra tendencia. Pienso en Extraños amantes (1994) de Jennifer Crusie entre una profesora liberal y demócrata y un abogado conservador y republicano; o esa otra de Emma Barry, Party lines (2015) en que los dos son asesores de políticos, ella hispana y republicana y él, un cínico demócrata.
Ahora parece que hay que tomar un partido, el demócrata, sin duda, y en sus versiones más extremistas. Cada novela tiene que tratar un Gran Tema y lo meten de mala manera, soltando el speech al lector, sermoneándolo. ¿Acaso no metían temas como el maltrato a la mujer, el sexismo o el racismo las autoras anteriores? ¿Lo pobreza, las desigualdades sociales, los abusos de poder? Claro que sí, pero lo entretejían hábilmente en la trama, exponiendo «esto es lo que hay», pero sin regañar, furiosas, al lector.
El wokismo que creo ver en tantas autoras me resulta insufrible. Y ya ni te cuento cuando se ponen en plan lo que yo llamo Juegos reunidos Geyper de la diversidad, tachando casillas: te ponen un personaje de cada una de las letras LGTBQAA+, más un hispano, un afroamericano, un asiático y un judío (ahora ya me imagino que no, que dado el antisemitismo rampante de las universidades, les tocará ser los malos de la película); uno orondo, otro con discapacidad, otro neurodivergente…
Las primeras veces que vi personajes diferentes, diversos, me encantó. ¡Por fin! El mundo es de todos los colores y tendencias, no todos son wasps privilegiados. Me llaman las novelas que tienen algo distinto, como una heroína de cultura hindú o una pareja gay, por ejemplo.
Ahora, con el tiempo, me he dado cuenta de que muchas autoras no se molestan en construir personajes auténticos, con personalidad propia que, además, fueran hispanos o gais, no sé, como el maravilloso Jules de Suzanne Brockmann.
No, ahora tengo la impresión de que, en su empeño de cumplimentar
casillas, convierten a los personajes en meros estereotipos, sin personalidad.Flaco favor le hacen a la diversidad.
Con lo cual, en contemporánea, me pasa un poco como con la histórica, cada vez leo menos libros de ahora.
Personajes mal definidos, meros muñequitos recortables a los que le pinchan una identidad y creen que con eso ya está construido. Añade esto a la propaganda política desconectada del argumento… y ya me han perdido.
Y esto me pasa a pesar de que defienden ideas que, en buena medida, coinciden con las mías. No quiero ni pensar en lectores con otras ideas políticas y que, simplemente, quieren distraerse un rato con un buen romance, y algo de picante.
Yo suelo decir que intentar meter ideas en la cabeza de alguien a martillazos solo consigue romper testas, no prejuicios.
Ahora que este señor tan poco agradable ha vuelto a salir presidente, espero que no se dediquen a hiperventilar otra vez. En vez de insistir en lo mismo, quizá sea más sensato intentar volver al camino de admitir que la sociedad es compleja, y que el amor, la familia, la libertad y el respeto al que no piensa como uno deberían estar en primer plano. Las personas, para mí, deberían estar por encima de cualquier ideología.
Con este panorama, ¿qué leo?
Pues me centro más en romances deportivos, en autoras menos conocidas, pero que puedan ser resultonas, y ya si usan la tercera persona, aplaudo con las orejas.
Eso de poner una lista, ya lo hago otro día.